domingo, 16 de enero de 2011

Tu nombre, Dios

Dios,
el nombre con el que te invocamos
está como muerto y casi no tiene ya significado,
vacío y caduco
como cualquier palabra humana.
Te pedimos
que vuelva a tener fuerza
como un nombre lleno de promesas,
como palabra viva
por la que sabemos
que tú serás para nosotros
el que eres:
digno de confianza, escondido,
aunque muy cercano
ahora y en la eternidad.

Huub Oosterhuis

jueves, 13 de enero de 2011

Lejos estás, padre mío

Lejos estás, padre mío, allá en tu reino de las sombras.
Mira a tu hijo, oscuro en esta tiniebla huérfana,
lejos de la benévola luz de tus ojos continuos.
Allí nací, crecí; de aquella luz pura
tomé vida, y aquel fulgor sereno
se embebió en esta forma, que todavía despide,
como un eco apagado, tu luz resplandeciente.

Bajo la frente poderosa, mundo entero de vida,
mente completa que un humano alcanzara,
sentí la sombra que protegió mi infancia. Leve, leve,
resbaló así la niñez como alígero pie sobre una hierba noble,
y si besé a los pájaros, si pude posar mis labios
sobre tantas alas fugaces que una aurora empujara,
fue por ti, por tus benévolos ojos que presidieron mi nacimiento
y fueron como brazos que por encima de mi testa cernían
la luz, la luz tranquila, no heridora a mis ojos de niño.

Alto, padre, como una montaña que pudiera inclinarse,
que pudiera vencerse sobre mi propia frente descuidada
y besarme tan luminosamente, tan silenciosa y puramente
como la luz que pasa por las crestas radiantes
donde reina el azul de los cielos purísimos.

Por tu pecho bajaba una cascada luminosa de bondad, que tocaba
luego mi rostro y bañaba mi cuerpo aún infantil, que emergí
de tu fuerza tranquila como desnudo, reciente,
nacido cada día de ti, porque tú fuiste padre
diario, y cada día yo nací de tu pecho, exhalado
de tu amor, como acaso mensaje de tu seno purísimo.
Porque yo nací entero cada día, entero y tierno siempre,
y débil y gozoso cada día hollé naciendo
la hierba misma intacta: pisé leve, estrené brisas,
henchí también mi seno, y miré el mundo
y lo vi bueno. Bueno tú, padre mío, mundo frío, tú sólo.

Hasta la orilla del mar condujiste mi mano.
Benévolo y potente tú como un bosque en la orilla,
yo sentí mis espaldas guardadas contra el viento estrellado.
Pude sumergir mi cuerpo reciente cada aurora en la espuma;
y besar a la mar candorosa en el día,
siempre olvidada, siempre, de su noche de lutos.

Padre, tú me besaste con labios de azul sereno.
Limpios de nubes veía yo tus ojos,
aunque a veces un velo de tristeza eclipsaba a mi frente
esa luz que sin duda de los cielos tomabas.
Oh padre altísimo, oh tierno padre gigantesco
que así, en los brazos, desvalido, me hubiste.

Huérfano de ti, menudo como entonces, caído sobre una hierba triste,
heme hoy aquí, padre, sobre el mundo en tu ausencia,
mientras pienso en tu forma sagrada, habitadora acaso de una sombra amorosa,
por la que nunca, nunca tu corazón me olvida.
Oh padre frío, seguro estoy que en la tiniebla fuerte
tú vives y me amas. Que un vigor poderoso,
un latir, aún revienta en la tierra.
Y que unas ondas de pronto, desde un fondo, sacuden
a la tierra y la ondulan, y a mis pies se estremece.

Pero yo soy de carne todavía. Y mi vida
es de carne, padre, padre mío. Y aquí estoy,
solo, sobre la tierra quieta, menudo como entonces, sin verte,
derribado sobre los inmensos brazos que horriblemente te imitan.

Vicente Aleixandre
Recogido de http://crateres.blogspot.com

domingo, 9 de enero de 2011

Tú eres mi hijo

Tú eres mi hijo,
eres para mí muy querido,
aunque seas pequeño,
porque eres pequeño,
te pareces a mi Hijo.

Eres incondicionalmente amado, ámate:
Yo te acepto, acéptate;
Yo te perdono, perdónate;
Yo te valoro, valórate.

Tú eres mi hijo,
definitivamente amado, no temas;
Yo te protejo, confía;
todo en tu vida es mi regalo, vive agradecido, vive en esperanza;
Yo te voy transformando cada día a semejanza de Cristo,
Mi pequeño Cristo, haz de tu vida un don.

Cáritas. Adaptación

lunes, 3 de enero de 2011

Eres la luz que cura

Tú llamaste a gritos,
y así venciste mi sordera.

Tú resplandeciste como antorcha y ascua,
y así ahuyentaste mi ceguera.

Tú me soplaste como viviente llamada de vida,
y yo empecé a tomar aliento y a respirar ante ti.

Paladeé un poco, y ahora tengo hambre y sed.

Tú me tocaste, y yo me encendí en anhelo de paz.

San Agustín

domingo, 2 de enero de 2011

Él viene, viene, viene siempre

¿No oíste sus pasos silenciosos?
Él viene, viene, viene siempre
En cada instante y en cada edad.
Todos los días y todas las noches.

He cantado muchas canciones
Pero todas ellas decían
Él viene, viene, viene siempre

En los días soleados y alegres Él viene
Y en las noches oscuras y angustiosas, viene.

Cuando mis penas oprimen mi corazón
El dorado roce de sus pies
Es lo que hace que nazca el brillo y la alegría.
Porque Él viene, viene, viene siempre.

R. Tagore