Tú llamaste a gritos,
y así venciste mi sordera.
Tú resplandeciste como antorcha y ascua,
y así ahuyentaste mi ceguera.
Tú me soplaste como viviente llamada de vida,
y yo empecé a tomar aliento y a respirar ante ti.
Paladeé un poco, y ahora tengo hambre y sed.
Tú me tocaste, y yo me encendí en anhelo de paz.
San Agustín
No hay comentarios:
Publicar un comentario