Padre,
Tú te revelaste y me diste la luz,
y rompiste las cadenas que me mantenían cautiva.
Con tu gracia sostuviste los anhelos de mi alma.
No alcanzo a comprender este gran milagro de tu gracia.
Todo mi ánimo se desata en este deseo violento.
Yo deseo, y la corriente del amor rebasa los diques.
Todo mi deseo va dirigido hacia Ti,
Y yo exclamo: ¡Señor!
Temblando en todo el cuerpo,
balbuceando, adorándote.
Me apodero de tu mano y mi corazón se abre como una flor.
Mis ojos brillan de alegría y saltan de ellos las lágrimas;
el amor que no tiene límites, ni día, ni noche,
dura sin que se interrumpa.
Como la cera se derrite en el fuego,
así mi vida se funde.
Con esta vida mía te adoro,
lloro,
me inclino,
danzo,
invoco y en voz alta te pido.
T. Manikka
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