Creer en Ti, Señor, Amigo y Padre,
y no poder
decir a nadie
la dicha de una prueba convincente.
Tenerte, y no saber, seguro, que te tengo.
No saber, sobre todo, jamás que Tú me tienes:
cómo y cuándo Tú mueves las ruedas de mis horas,
cómo y cuándo me vuelan las alas de tu gracia,
cómo y cuándo Tú remas la barca de mis sueños.
Sufrirte y no poder buscar consuelo alguno.
Gozarte, y no poder gritar de gozo,
porque muchos,
quizás las gentes más queridas,
me tendrían por loca de remate.
Creer en Ti y vivir igual, en apariencia,
que si no flotara el terco y frágil tesoro de mi vida,
sobre tu inmenso abrazo de amor omnipotente.
V.M. Arbeloa
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