Tantos años trabajando en tu hacienda,
conversando contigo y comiendo a tu mesa
como uno más de la familia, y no sé nada de ti.
No conozco los surcos de tu rostro
ni recuerdo el timbre de tu voz.
No sé todavía el color de tus ojos
ni he aprendido el ritmo de tu corazón. ¡Ay!
Eres todavía como un recién llegado
siendo tan cotidiano y tan cercano.
Tan nuevo y sin estrenar
como si hubiera estrechado por primera vez,
hoy, tu mano,
cuando he sentido
la pasión turbadora y serena,
ahora mismo, de tu compañía.
Tantos años trabajando en tu hacienda
y comiendo a tu mesa,
y eres nuevo todavía para mí,
Dios mío.
P.Loidi
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