Amo, Señor, tus sendas y me es suave la carga
(la llevaron tus hombros) que en mis hombros pusiste;
pero a veces encuentro que la jornada es larga,
que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste,
que el agua del camino es amarga…, es amarga,
que se enfría este ardiente corazón que me diste;
y una sombra y honda desolación me embarga,
y siento el alma triste, hasta la muerte triste…
El espíritu débil y la carne cobarde,
lo mismo que el cansado labriego, por la tarde,
de la dura fatiga quisiera reposar…
Mas entonces me miras… y se llena de estrellas,
Señor, la oscura noche… Y detrás de tus huellas,
con la cruz que llevaste, me es dulce caminar.
L. Contardo
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